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Nota publicada en la sección Ideas del diario Perfil.

Sábado 16 de mayo de 1998. ® Editorial Perfil.


Estados Unidos debe ser el gendarme mundial

Por Carlos Escudé

Pocos argentinos advierten que vivimos circunstancias en la que la supervivencia de la Humanidad depende de los Estados Unidos. Piénsese en lo que sucedería si las fuerzas norteamericanas abandonaran Corea del Sur, las adyacencias de Taiwan y el medio Oriente. Corea del Norte invadiría su vecino meridional; China tomaría su provincia perdida, e Irak anexaría Kuwait y Arabia Saudita. Asustados, Irán, Siria y Turquía atacarían a Irak, y las grandes potencias intervendrían por doquier para restablecer equilibrios. En suma, la humanidad quedaría sumida en una guerra generalizada y no sobreviviría al año 2000.

Es la presencia de Estados Unidos lo que impide este holocausto, y es el contribuyente de ese país quien solventa la custodia de esta paz defectuosa. Los necios franceses preferirían que este liderazgo les correspondiera a ellos; los violentos rusos escupen bilis porque no fueron el pueblo elegido ; y muchos argentinos, resentidos e ignorantes, se indignan frente a esta negación de igualdad jurídica de los estados. Sin embargo, en este fin de siglo es a los torpes yanquis, con sus cowboys y sus rambos, a quienes les toca redimirnos.

Para comprender porqué debemos analizar dos fenómenos entrelazados : la desigualdad jurídica y de facto entre los estados, y el peligro representado por las armas de destrucción masiva. El problema de estas armas data de 1945, cuando se inventó y usó la bomba atómica. Su pavoroso poder hizo que nunca más se volvieran a emplear en una contienda, al punto que Estados Unidos perdió en Vietnam y la Unión Soviética en Afganistán sin apelar a ellas: el precedente que hubieran sentado habría amenazado su propia seguridad.

Que las mayores potencias del planeta pierdan guerras sin usar sus armas más potentes es una novedad sin precedentes. Pero lo que no ha cambiado es que las grandes potencias se reserven estas armas. Creen que las necesitan como disuasión de ultima ratio, y no las van a destruir. En cambio, sabedores de que la posibilidad de un accidente político que encienda un cataclismo aumenta exponencialmente con el número de estados que poseen la bomba, los grandes intentan evitar su proliferación, generando de hecho y de derecho una jerarquía entre países. Todos los signatarios de los tratados de no proliferación han aceptado una desigualdad jurídica entre estados: hay una minoría de cinco con derecho a tener bombas nucleares, y una mayoría sin ese derecho.

Esta desigualdad es paralela a otra que también nación en 1945, con la creación de un Consejo de Seguridad de la ONU que posee la potestad de intervenir en escenarios de conflicto y que tiene cinco miembros permanentes con derecho a veto. No es casual que éstos sean los vencedores en la guerra y los únicos poseedores legales de armas nucleares. Esto puso fin a la ficción de que los estados son igualmente soberanos. Y como siempre ocurre en la historia con los hechos relevantes, el derecho emergió del orden y no el orden del derecho. Primero vino la victoria aliada; sólo después se estableció el Consejo de Seguridad.

Es por obra de esta misma dinámica que el papel que le toca jugar a Estados Unidos en el mundo actual trasciende al de las otras grandes potencias. Su presencia en el sudeste asiático y el Medio Oriente no es el producto de un mandato legal, pero su necesidad y urgencia la hace profundamente moral, porque es imprescindible para la supervivencia humana, y ese es el bien supremo.

Subyace a esa presencia, pues un derecho natural previo al derecho positivo, así como la lucha contra el nazismo fue a la vez derecho y obligación. Paradojalmente, la amenaza a la Humanidad representada por las armas de destrucción masiva hace que la desigualdad entre los estados una cosa buena, porque para dominar este peligro se necesita una gran concentración de poder, que haga posible el orden que precede al derecho.

En este contexto, sólo puede corresponder a los yanquis la iniciativa de sancionar a la India por sus pruebas nucleares, con el doble objetivo de interrumpirlas y de evitar que cunda el mal ejemplo. Y es por la misma lógica que la lucha contra la proliferación de otras armas de destrucción masiva, químicas, bacteriológicas y misilísticas, es un imperativo categórico para los Estados Unidos.

Cuando no se consigue consenso, su intervención unilateral para controlar cualquier peligro es obligatoria, dentro de los límites de una prudencia acotada por su propio poder, que no es infinito, y pos las reglas de su democracia.

Por la casualidad, por la gracia de Dios, por suerte o por desgracia, según se prefiera, Estados Unidos es un país al que la historia ha conferido derechos y obligaciones naturales que son muy superiores a las de Francia e incomparablemente mayores a los de nuestra Argentina. Podemos envidiarlos, pero debemos apoyarlos..

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