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Artículo publicado en la sección Ideas del primer ejemplar
del diario Perfil (sábado 9 de mayo de 1998).
Las Malvinas jamás serán argentinas
Por Carlos Escudé
Basta con charlar con cualquier taxista de Buenos Aires para entender que el pueblo argentino sabe que las Malvinas no volverán a ser argentinas. Los únicos que parecen desconocer esta realidad son un grupo de veteranos de guerra, otro puñado de fanáticos y la clase política casi en pleno. Lo de la clase política, claro está, es una trampa. La gran mayoría de sus integrantes sabe que las Malvinas no serán argentinas, pero opta por no reconocerlo porque teme perder votos.
Dentro de esta clase política hay dos tipos de mentira, la benigna y la maligna. Ejemplo paradigmático de mentira benigna es la del canciller Guido Di Tella. Nos quiere hacer creer que vamos a recuperar las Malvinas por las buenas. La táctica corre por la seducción de los kelpers y por acumular suficientes éxitos nacionales como para hacerles atractiva la perspectiva de ser ciudadanos argentinos. No r e conoce el derecho malvinero a la autodeterminación, pero tiene conciencia pragmática de que si no somos un país atractivo es casi imposible conseguir que el gobierno y el Parlamento británicos acepten un traspaso de soberanía.
Esta mentira es benigna porque los costos del inevitable fracaso son bajos. Aunque algunos necios insistan en lucrar políticamente ridiculizando la política de seducción, las tarjetas de Navidad de Di Tella pasarán a la historia malvinera como un gesto simpáticamente excéntrico de un canciller bonachón, que durante algunos años representó a un pueblo vecino que los amenaza. El mayor costo de esta mentira reside en el intento de mantener engañados a los argentinos o, mejor dicho, en aumentar el desengaño de nuestro pueblo -que ya sabe que las Malvinas no serán nuestras- respecto de una clase política mentirosa.
En contraposición, tenemos la mentira maligna ,que es la que supone que recuperaremos las islas poniéndonos "duros". Desde Federico Storani hasta Eduardo Menem, pasando por Mario Cámpora y Lucio García del Solar (cuya versión es quizá la más moderada), sus principales exponentes se encuentran en todo el espectro político, incluyendo justicialistas, radicales y frepasistas.
Esta mentira machista es maligna porque al suponer que la táctica adecuada es la "dureza" nos propone una política de confrontación que puede llegar a arruinar al país, y que tampoco va a recuperar lo que se perdió en 1833 y se convirtió en irrecuperable desde 1982.
Además, esta mentira es perversamente ingenua. Propone aumentar los costos británicos de permanecer en las Malvinas, sin compadecerse de que el aumento de dichos costos supone también un aumento de los costos argentinos, y sin percatarse de que Gran Bretaña tiene infinitamente más recursos de todo tipo que nosotros: económicos, diplomáticos y militares. No existe forma de hacerlos "gastar más" sin gastar más también nosotros. Y el mayor costo británico será siempre un porcentaje menor de sus recursos, que el mayor costo argentino en relación a los nuestros. ?en otras palabras, el aumento de los costos británicos es necesaria y matemáticamente un mal negocio en el que siempre perderemos más de lo que ganaremos. Además, como esos costos van a pesarle más al pueblo desamparado que a los sectores más pudientes, desde un punto de vista social la propuesta es profundamente reaccionaria.
Por ejemplo, a no ser que se limite a imponer el cobre del tres por ciento pactado con los británicos, toda amenaza nuestra de sanciones económicas contra empresas que participen en la explotación unilateral de hidrocarburos malvineros aumentará nuestro propio índice de riesgo país, ahuyentando inversiones, perjudicando nuestro desarrollo y generando mayor pobreza para nuestros sectores más empobrecidos, sin conseguir nada a cambio. De amenazas militares, ni hablemos.
Hasta el pataleo fuerte en la Asamblea General de las Naciones Unidas tiene m[as costos que beneficios. Aún cuando algunos países importantes voten a nuestro favor, se sabe que cuando las papas queman ellos están con los ingleses. Ellos saben que 1833 es casi historia antigua, que México perdió Texas y California (y Paraguay a Formosa) mucho después que nosotros Malvinas y que no es normal ni razonable cambiar, en los umbrales del siglo XXI, límites jurisdiccionales modificados en la primera mitad del XIX.
Cuando el 20 de marzo de 1988 el entonces canciller radical Dante Caputo se ufanó de que Inglaterra estaba "descolocada y arrinconada" por una votación de la Asamblea General, participaba típicamente de nuestro fraude nacional. La votación no sólo carecía de consecuencias prácticas, sino que ni siquiera nos daba la razón respecto de la cuestión de fondo: como en ocasiones anteriores, sólo instó a las partes a negociar la cuestión de la soberanía, sin prejuzgar sobre el tema.
La pregunta que corresponde hacer es : ¿por qué esta mentira? ¿A quién beneficia? La respuesta es que a nadie, pero todos temen perder si dicen la verdad. Funciona en la Argentina una dinámica política perversa, por la que los profesionales de la política temen decir la "dolorosa" verdad respecto de Malvinas, por miedo a que las emociones de la gente sean explotadas por aquellos que continúen con la mentira.
Mientras tanto, pierde el país. Pero cuando se vende el alma al voto, eso poco importa.
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