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Escudé responde a las críticas que le hace Gabriel Labaké en su

libro Autorretrato de cuatro idiotas latinoamericanos. © Diario Clarín, 10/8/97


La cultura argentina y su virus patriótico

Por Carlos Escudé

Soy reo de muerte. He traicionado a la Patria, la he vendido, he contribuido a subordinarla, a entregarla al poder yanqui e inglés. Desde la publicación en 1983 de mi obra Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina (financiada por generosas becas del gobierno estadounidense), me he afanado por demostrarles a mis compatriotas que los desafíos argentinos a la política estadounidense sólo acarrean costos gigantescos. En consonancia con el Departamento de Estado, el objetivo de mi campaña fue asustar a mis conciudadanos y avasallar a mi país. Al mismo tiempo, investigué la cultura argentina e identifiqué el virus patriótico que la ennoblece. Gracias a ello pude pronosticar la guerra de Malvinas con varios meses de anticipación, y vendí la fatídica información a un consorcio de bancos extranjeros, que retiró sus dineros del país precipitando la crisis de la deuda externa. En cada capítulo sucesivo de esta vil conjura me reí de mi satánica obra a carcajadas, celebrando diabólicamente el éxito de cada una de las viles maquinaciones que tramaba en complicidad con mis imperiales amos.

Finalmente, cuando el canciller Guido Di Tella me nombró su asesor, sentí que mis sucias manos tocaban el cielo. Ese cargo me permitiría consumar mi felonía. Metáfora mediante, sumimos la política exterior de nuestra núbil y blonda República en una lasciva orgía omnisexual con ese canallesco y altanero padrillo que la ironía bautizó Tío Sam. Voyeur incorregible, la pérfida Albión se regodeaba con libidosa glotonería, a la vez que participaba entusiastamente de aquella bacanal del sometimiento, que nos convertía en esclavos carnales de las grandes potencias de Occidente. Nos trataron como a prostituta sin cafishio protector: saciados los apetitos, no nos dieron ni propina. Pero yo estaba feliz porque había logrado postrar en la indefensión a un país que hasta hacía poco había sido percibido como un peligroso desestabilizador regional. Había cumplido con mis deberes con la Humanidad, porque como todos sabemos, lo que es bueno para los Estados Unidos es bueno para la humanidad.

A todo esto lo confesé en un libro reciente que (no por casualidad) pasó inadvertido: Biografía apócrifa de Andrés Carvajal (Grupo Editor Latinoamericano, 1996). Soy culpable. No quiero incriminar a nadie más en esta confesión. No culpo a Carlos Menem ni a Di Tella. Cada cual se las arreglará con Dios y con su propia conciencia. Pero yo quiero salvar mi alma.

El patriota que habrá de obrar como intermediario entre mi pecado de apostasía y la divinidad no es otro que Juan Gabriel Labaké, cuya luminosa obra Autorretrato de cuatro idiotas latinoamericanos (Grijalbo, 1997), nos ayuda a comprender no sólo el predicamento de la "idiotez" local (otra metáfora), sino también la más oscura trama de la traición. De mi alevosa traición. En las páginas 227-229 de su libro, el autor documenta con certera lucidez mi ignominiosa trayectoria de frívolo y frenético entreguismo. Pero no es ésta la primera vez que Labaké da en el blanco respecto de mis objetivos patricidas. Hace ya más de una década, en un pedido de juicio político contra el entonces ministro de Educación Julio Rajneri (expediente de "particulares" nro. 756 del Período Legislativo 1986), Labaké denunció que financiando mis investigaciones, "la inteligencia británica, de consuno con la norteamericana, han ganado para su causa a un argentino (...) que puede realizar en territorio patrio un trabajo que no podrían realizar ni diez ingleses o norteamericanos". Espero que el lector no me acuse de inmodestia, pero... ¡cuánta verdad! El patriota Labaké no se equivoca. A lo largo de sus voluminosas 269 páginas acierta una y otra vez. En efecto, su libro es cabalmente el "autorretrato" que el título anuncia. Por desgracia, sin embargo, ya es demasiado tarde para corregir el rumbo de la historia. Gracias a la obra que yo y mis amigos emprendimos, el capital extranjero se ha apoderado de nosotros y está listo para aniquilar a la Nación, frente a la menor señal de autonomía o dignidad. Ya no seremos sino provincia periférica del Imperio. Sólo me queda purgar mi pecado con la pena capital. Cual moderno Torquemada, mi denunciante, el gran Labaké, habrá salvado mi alma inmortal a costa de mi mísero cuerpo. Enhorabuena. Sólo me queda esperar a los comandos que me secuestrarán y sentenciarán a una muerte merecida, como se profetiza en la Biografía apócrifa de Andrés Carvajal. Descansa en paz, Carlos Escudé.

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